Huellas de la memoria. Muerte de un miliciano
Borrell nacido en Alcoy 24 años atrás, era molinero y formó parte de la Columna Alcoyana que en los inicios de la guerra marchó al frente cordobés contra Franco y en defensa de la República de trabajadores.
La muerte de un miliciano –anónimo en principio- fue captada por la Leica del legendario Robert Capa, el mejor y más carismático fotógrafo de guerra. Publicada inicialmente en la revista francesa Vu , la instantánea se convirtió, meses después, en el icono mundial de la muerte en directo al ser reproducida por Life , con un extenso pie de foto, cosecha del editor. La fama, sin embargo, generó las más disparatadas versiones sobre cuándo y cómo, pudo Capa, obtener la foto; una polémica que llega hasta hoy. ¿Dónde estaba Capa aquel día? ¿Fue la foto el resultado de un simulacro y por lo tanto “un posado”? ¿Era el mismo miliciano el que aparecía en dos fotos sucesivas en el mismo lugar? Richard Whelan en su libro, Robert Capa , (Aldeasa) se encarga de aclarar estos y otros apasionantes extremos, incluida la historia de la identificación de Borrell como el miliciano de la foto más famosa de todas las guerras.
El biógrafo ofrece pruebas para desmontar las más oscuras hipótesis. Sostiene que Capa estuvo allí y que, efectivamente, pactó con un grupo de milicianos el tomar unas fotos simulando un ataque a la carrera. No bien había efectuado cuatro o cinco tomas cuando se vieron envueltos por fuego real de ametralladoras, fruto de un ataque “nacional”. Un ataque por sorpresa. La misma sorpresa que mantuvo “clavados” los pies de Borrell, calzados con alpargatas, al terreno. No estaba preparado para atacar ni para defenderse. No esperaba la muerte.
La imagen produjo “asombro”, y otros reporteros cuestionaron su veracidad durante largo tiempo. Whelan consultó a varios detectives y expertos policiales que le confirmaron la ausencia de fingimiento en la imagen del miliciano abatido por el impacto de una bala inesperada. Las azoradas explicaciones del reportero húngaro, nacionalizado estadounidense, sobre un hecho del que se consideraba en parte responsable, no facilitaron las cosas. La pública identificación de Borrell como el sujeto real de la escena de guerra de 1936, tuvo que esperar hasta 1996, cuando se cumplía el 60 aniversario de la aparición de la foto. Una periodista británica publicó en el Observer que Mario Brotóns, otro ex combatiente de aquella columna, reconoció las cartucheras fabricadas por artesanos de Alcoy. Brotons, enseñó la foto a la viuda de hermano menor de Federico quién, no sin esfuerzo, creyó reconocer a su ex cuñado. Hace unos meses, Juan Eslava Galán, autor de otro pie de foto en un libro gráfico sobre la Guerra Civil de la colección, La mirada del tiempo (El País), reabre una polémica que empezaba a desvanecerse. Muerte de un miliciano , afirma, “es un posado”. ¿Habrá leído Eslava a Whelan? Una historia donde se cruzan varias memorias, siempre subjetivas y por ende ambiguas, cuando no contrapuestas.
José Antonio Vidal Castaño j
La muerte de un miliciano –anónimo en principio- fue captada por la Leica del legendario Robert Capa, el mejor y más carismático fotógrafo de guerra. Publicada inicialmente en la revista francesa Vu , la instantánea se convirtió, meses después, en el icono mundial de la muerte en directo al ser reproducida por Life , con un extenso pie de foto, cosecha del editor. La fama, sin embargo, generó las más disparatadas versiones sobre cuándo y cómo, pudo Capa, obtener la foto; una polémica que llega hasta hoy. ¿Dónde estaba Capa aquel día? ¿Fue la foto el resultado de un simulacro y por lo tanto “un posado”? ¿Era el mismo miliciano el que aparecía en dos fotos sucesivas en el mismo lugar? Richard Whelan en su libro, Robert Capa , (Aldeasa) se encarga de aclarar estos y otros apasionantes extremos, incluida la historia de la identificación de Borrell como el miliciano de la foto más famosa de todas las guerras.
El biógrafo ofrece pruebas para desmontar las más oscuras hipótesis. Sostiene que Capa estuvo allí y que, efectivamente, pactó con un grupo de milicianos el tomar unas fotos simulando un ataque a la carrera. No bien había efectuado cuatro o cinco tomas cuando se vieron envueltos por fuego real de ametralladoras, fruto de un ataque “nacional”. Un ataque por sorpresa. La misma sorpresa que mantuvo “clavados” los pies de Borrell, calzados con alpargatas, al terreno. No estaba preparado para atacar ni para defenderse. No esperaba la muerte.
La imagen produjo “asombro”, y otros reporteros cuestionaron su veracidad durante largo tiempo. Whelan consultó a varios detectives y expertos policiales que le confirmaron la ausencia de fingimiento en la imagen del miliciano abatido por el impacto de una bala inesperada. Las azoradas explicaciones del reportero húngaro, nacionalizado estadounidense, sobre un hecho del que se consideraba en parte responsable, no facilitaron las cosas. La pública identificación de Borrell como el sujeto real de la escena de guerra de 1936, tuvo que esperar hasta 1996, cuando se cumplía el 60 aniversario de la aparición de la foto. Una periodista británica publicó en el Observer que Mario Brotóns, otro ex combatiente de aquella columna, reconoció las cartucheras fabricadas por artesanos de Alcoy. Brotons, enseñó la foto a la viuda de hermano menor de Federico quién, no sin esfuerzo, creyó reconocer a su ex cuñado. Hace unos meses, Juan Eslava Galán, autor de otro pie de foto en un libro gráfico sobre la Guerra Civil de la colección, La mirada del tiempo (El País), reabre una polémica que empezaba a desvanecerse. Muerte de un miliciano , afirma, “es un posado”. ¿Habrá leído Eslava a Whelan? Una historia donde se cruzan varias memorias, siempre subjetivas y por ende ambiguas, cuando no contrapuestas.
José Antonio Vidal Castaño j
josevidal@franquismoymemoria.com
EL PUNT del País Valenciá
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