LA PROTESTA OBRERA
PORTAVOZ DE LA FEDERACIÓN LOCAL DE L´HOSPITALET DE LLOBREGAT
QUEJARSE O NO QUEJARSE
Cuando en el mundo laboral nos enfrentamos a las más diversas situaciones injustas el dilema que se nos plantea es en realidad muy sencillo. Tenemos dos posibilidades: nos quejamos o nos callamos. Salta a la vista que todo depende de la situación... en una entrevista de trabajo, ante el hecho de hacer horas extras sin cobrar o tener un contrato por menos horas de las que trabajamos, a nadie se le ocurre decir que no pues supone no ser elegido para el trabajo. Es un clásico “lo tomas o lo dejas”, es decir, una forma de coacción, aunque sea generalmente aceptada. Sin embargo hay muchas otras situaciones en las que ante una pequeña injusticia o arbitrariedad podemos negarnos a trabajar en unas condiciones que consideramos malas o no adecuadas.
El problema de la queja es que no está socialmente bien vista. Ante la evidencia de la necesidad de trabajar solemos pensar que no hay que tener demasiados remilgos en nuestro puesto de trabajo: trabajar festivos, hacer más de 8 horas, no cobrar horas extras, no cobrar dietas, aceptar sueldos bajos y ese largo y triste etc que actualmente se conoce como “precariedad laboral”. Esta mentalidad, ampliamente fomentada por los empresarios y los medios de comunicación de masas, basada en el sacrificio, el esfuerzo, el paternalismo patronal... es un veneno que está corroyendo las entrañas de nuestra sociedad. Es la base filosófica a partir de la cual se están perdiendo los derechos laborales que tanto costó ganar en su momento. Hubo un tiempo en que se trabajaba sin medidas de seguridad, durante 12 o 14 horas diarias, junto a nuestros hijos menores de edad, y perjudicando nuestra salud de forma grave. Si en aquel momento no se hubiera encendido la chispa de la queja hoy en día seguiríamos en las mismas condiciones. ¿Cuántos de nosotros preferiríamos ver a nuestro hijo de 10 años en una fábrica de vidrio en lugar de verlo en la escuela? ¿Cuántos preferiríamos no disponer de seguridad social ni asistencia sanitaria para nuestros mayores? ¿Cuántos disfrutaríamos del placer de ni siquiera disponer de transporte público y tener que recorrer a pie grandes distancias hasta nuestro puesto de trabajo? Pues antes era exactamente así. La trabajadora era sometida a abusos sexuales. El minero moría con los pulmones corroídos. Y el obrero aplastado por la rueda de la máquina de vapor. Y todo el mundo, aunque no lo quisiera reconocer en voz alta sabía que la causa de estas situaciones eran las malas condiciones de trabajo.
Esos tiempos quedan muy atrás pero hoy en día hay otras situaciones graves... o es que nadie se ha parado a pensar qué pasa con esa legión de salarios de 900 € al mes que no crecen al mismo ritmo que los precios, esas situaciones de acoso moral en el trabajo, esos horarios incompatibles con la vida familiar, ese endeudamiento irracional de las familias para pagar piso, coche, segunda residencia... y lo más importante ¿Qué pasa con esa gran cantidad de beneficios que están teniendo a cambio las grandes empresas?
El problema hoy en día es la falta de quejas. Y es que se puede argumentar que el que se queja pierde su trabajo pues hay otro detrás dispuesto a ocuparlo. Eso es lo que nos sucede en la actualidad. Uno no se puede quejar sólo porqué el patrón tiene en su manos la llave de su futuro en forma de despido. Pero ¿qué pasaría si al despido de un trabajador que no aceptó hacer horas extra sin cobrar se respondiera con la huelga por parte de su compañeros? El empresario habría perdido su capacidad de coaccionar al trabajador. Y a partir de aquí el “juego” sería muy distinto. Así es como antiguamente se ganaron esos derechos laborales que ahora la juventud (y el resto de la sociedad) está dejando perder tan alegremente. ¿alguien cree que se convenció a los empresarios de que en lugar de 14 horas de se debían trabajar como máximo 8? Pues anda equivocado. Se les obligó a ello. Se vieron obligados porque los trabajadores estaban organizados (en mayor o menor medida) es decir, porqué se apoyaban en sus quejas. Estas “quejas organizadas” se convirtieron en agrupaciones de trabajadores que se defendían. No solo consiguieron su defensa efectiva si no que consiguieron nuevos derechos: los niños salieron de las fábricas para ir a las escuelas, los mayores y los lesionados tuvieron pensiones y los trabajadores y trabajadoras sueldos dignos y condiciones de trabajo humanas.
Y ¿qué pasa cuando no hay queja? ¿qué pasa cuando uno acepta trabajar lo mismo que el de al lado por menos dinero, hacer más horas sin cobrarlas, trabajar más días que los estipulados? Pues pasa que el que viene detrás encuentra peores condiciones de trabajo y se produce una cadena imposible de parar en que el que llega último se encuentra un panorama laboralmente desolador. Sobran los motivos para reflexionar: la queja, individual y aislada no es nada, compartida y organizada es fuerza de progreso social.
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