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"SI CADA REFUGIADO ESPAÑOL NARRASE SIMPLEMENTE LO QUE HA VIVIDO, SE LEVANTARÍA EL MÁS EXTRAORDINARIO Y CONMOVEDOR DE LOS MONUMENTOS HUMANOS" FEDERICA MONTSENY, 1978

21 septiembre, 2005

CIPRIANO MERA O LA HONESTIDAD

BENJAMÍN LAJO - Investigador y escritor/ Diario de Levante

Déjenme que les hable de un hombre ejemplar, de alguien que nunca pensó sólo en sí mismo y que dejó una huella profunda en nuestra reciente Historia. Cipriano Mera nació el 4 de noviembre de 1987 en Madrid. La vida le enseñó a una edad temprana que si quería tener su favor debía de conquistarla, que no te la regalan.

Aunque sus comienzos sindicales fueron en la central sindical UGT, de la que fue delegado, sus pensamientos y sus postulados le hicieron ingresar en la central sindical CNT, pues consideraba que este sindicato era el que mejor defendía los intereses obreros.
Cipriano terminó su vida como la empezó, de albañil, aunque en la Guerra Civil Española llegó a dirigir todo un Cuerpo de Ejército (unas tres divisiones) sin haber pasado por ninguna academia militar. Este anarquista consiguió el respeto de todos, hasta el de los militares profesionales. Su competencia, audacia, honestidad, le hicieron merecedor de ese respeto. Ya antes de la guerra lo tuvo como militante libertario activo, sin dejar de compaginar su profesión de albañil con las acciones de la Organización (CNT) Combatiendo a la tiranía y sufriendo numerosos encarcelamientos por ello. Lejos de la pretensión del líder, siempre actuó como un militante más y nunca quiso privilegios. Así era Cipriano. Transparente.
En la guerra, obtuvo los galones de teniente coronel (en los que nunca creyó por declararse sin tapujos antimilitarista) supo llevar a los combatientes que eran de él responsables a éxitos sin precedentes en el frente. Hasta los comunistas españoles dirigidos por Stalin no lograron socavar su integridad. Aunque sufrió, como otros libertarios, el acoso bolchevique. Consiguió sobrevivir a los oscuros intereses del pro-soviético español.
Ya en el exilio, que comenzó en Montagnen, cerca de Orán, en la Argelia ocupada por los franceses, no perdió ese brillo de entereza. Luchó por sus compañeros de cautiverio sin importarle su filiación política. Tras unos años, fue reclamado por el Gobierno de Franco y los franceses cedieron porque la entrega de un anarquista no era tan comprometida como la de un comunista, internacionalmente hablando. Todavía hay que decir mucho de su innoble comportamiento con los exiliados españoles.
Cuando pisó de nuevo suelo español, le condenaron en 1943 a la pena de muerte. La protesta por esa condena la elevaron varios países y se consiguió conmutar la pena a 30 años de reclusión mayor.
Se negó a solicitar clemencia aun sabiendo que de ello dependía su libertad. Dijo que jamás se la pediría a Franco y así fue. Al concederle años después la libertad condicional, se exilió a Francia donde continuó su lucha y su trabajo como albañil.
Murió a los 72 años y trabajó en su oficio hasta los 70. Vivió sus últimos años en el barrio obrero parisino de Billancourt. Su muerte causó pesar en muchos exiliados que fueron a despedirle desde varios países europeos.
Cipriano Mera, albañil y general circunstancial, nos dejó su ejemplo sin ninguna pretensión, sin reclamar ningún homenaje. Su vida y su obra, para los que sentimos que hay otra grandeza, son suficientes.

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