CENIT: Esto y aquello
EL ANARQUISMO, DE AYER A HOY.
Todo hacía pensar que tras la caída de los totalitarismos de cuño marxista el auge anarquista no se haría esperar. Pero algo falló. Y, lo que falló fue, curiosamente, que el individualismo tiene tantas interpretaciones como dioses hay en la Tierra. El anarquismo es, cuando menos, una peculiar versión del individualismo.
A lo largo de más de una década no damos, los anarquistas, pie con bola. Ya no se trata de la repetición inconsciente -que la hay- de los dogmas del pasado; sino de la tendencia a un rechazo absurdo y absoluto de todo lo que el ser humano ha construido para vivir sobre el planeta. Incluso el rechazo de cualquier brochazo civilizatorio.
Y, por más que muchos de nuestros estudiosos quieren remontarnos al camarada Lao Tsé o a las civilizaciones precolombinas habidas y estudiadas, creo que el anarquismo es algo mucho menos pretencioso de lo que algunos anarquistas presumidos se toman para sí; el anarquismo es el hijo indeseado de la Ilustración.
Vinculado a esa reivindicación del ser humano frente a las estructuras sociales que el mismo forja, el anarquismo es individualista sin dejar de pensar en lo colectivo; es decir, es individualista muy a pesar de sí mismo. Para el anarquismo no hay salidas esotéricas: sólo se puede ser individuo en la misma medida que eres integrante de una comunidad o de una colectividad.
Por razones de familia creímos por décadas que el problema era el Estado, siempre propenso a devenir en totalitario; tras diez años de ausencia de la palestra pública también reaprendimos que hay un totalitarismo individualista, neoliberal, tan perjudicial y tan tiránico como el del Estado. Sí, diez años, aunque muchos anarquistas no se hayan enterado aún.
Es decir, que para los anarquistas esa discusión entre el “Mercado” y el “Estado” no tiene la más mínima importancia. Da igual, si la dominación y la explotación vienen de uno o de varios; de un Estado o de varios individuos. Pero esto no lo captan todos los que, por flojera, quien seguir llamándose “anarquistas”.
No creo que todos los anarquistas estemos conscientes de lo mismo. Los que procedemos de la tradición anarcosindicalista, por ejemplo, estamos, entre otra cosas, jodidos. Habiendo vivido en carne propia lo que es la explotación del Trabajo por el Capital –ya sea estatal o privado- no tenemos nada en común con los que viendo en “la autoridad” las tres bofetadas mensuales de papá creen que el anarquismo es la abolición de las bofetadas y no lo que debe ser.
Sería absurdo imaginarse siquiera que el anarquismo está al borde de la extinción; habrá anarquismo mientras haya utopías, ideales, cosas que hacen que los hombres –y las mujeres- se sienten felices peleando. Pero nada está claro.
El anarquismo de ayer tenía asideros; el de hoy tiene confusiones. Ser anarquista en 1910 era tener certezas; serlo en el 2006 es no saber qué se quiere ser.
Porque, lo repito, todos pensábamos que con la caída de la URSS no habría escapatoria; hasta, a veces, pensé que el camarada Gorbachov era un ácrata que disimulaba su filiación en las reuniones del Buró Político del Partido Comunista de la Unión Soviética. Me lo imaginé, incluso, “agente de la FAI”.
A veces me chupo el dedo, todos tenemos nuestros problemas. Pero lo que he vivido –o padecido- en Venezuela, desde 1999, nadie me lo ha contado. Y, la reacción de algunos anarquistas ante la cosa venezolana no sólo me asusta, me alarma. Incluso mis competidores en el buró político del anarquismo criollo han terminado –no todos-por incorporarse a un proceso social que no sabes a dónde va pero que sí sabemos qué no quiere. Y menos mal que no han sido todos, porque qué haríamos entonces con la derecha anarquista; en el anarquismo hay tanta derecha como enfermos de la próstata que, a la edad hasta la que duran los anarquistas, longevos por antonomasia, devienen en asiduos clientes de los mejores urólogos.
Y te pones a analizar los papeles y el cosmopolitismo ácrata es tan discriminatorio como el de los judíos; que es que los hay anarquistas y los hay “gentiles”.
El anarquismo de hoy será peor que el de ayer sólo si admite la igualdad como gemela de toda libertad posible. El de ayer fue igualitario en la práctica. Aquella frase de Durruti es para ponerse a temblar: no importa que la burguesía lo destruya todo porque los obreros somos la base de la reconstrucción social. A mí, debo confesarlo, esa frase me da miedo.
Hoy, donde la guerra nuclear se avizora para el mismísimo 2006, ¿podríamos decir algo parecido? No sé. Sólo sé que haremos el intento: porque sin libertad no hay igualdad y sin igualdad no vale la pena la libertad. Eso ya lo decía Bakunin.-
FLOREAL CASTILLA
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