CENIT: Esto y aquello
¿Dónde están que no se les ve?
Los españoles han decidido recuperar la “memoria histórica” en una operación mediática de altos vuelos. Por todas partes aparecen fosas comunes y salen a relucir esqueletos de personas asesinadas sin juicio alguno de por medio. El espectáculo es deprimente. Así como sabemos poco de los treinta mil desaparecidos argentinos sabemos menos del millón de asesinados por Franco. Pero, la interrogante que nadie se plantea es: ¿dónde están los asesinos? ¿y los chivatos y soplones falangistas que reclutaban a humildes campesinos y obreros para llevarlos al matadero, qué se hicieron? ¿No hay registros de ellos, de sus familias, de sus herederos, en el gigantesco archivo de los servicios secretos españoles?
La policía franquista fue una de las más eficaces de la Europa de finales de la década de los treintas. Entrenada por la Gestapo hitleriana y por la OVRA mussoliniana, los hombres y mujeres del servicio secreto español guardaron cuidadosamente cuanto dato les fuera útil de las personas que, dentro o fuera de España, adversaran o hubieran adversado al régimen del general Franco. Esto lo saben perfectamente bien quienes atravesaron por el vía crucis de las cárceles de la tiranía española. Y, más todavía la militancia que en los distintos exilios que hubo luchaban contra el tirano. Los agentes de Franco se infiltraron en todas las agrupaciones exiliadas, lo demás son cuentos.
Pues deja mal sabor conocer la identidad de las víctimas y silenciar el nombre de los asesinos, de los victimarios, de los que se ganaban el pan defendiendo al régimen fascista español y vendiendo a sus conciudadanos.
La democracia española heredó del franquismo ese inmenso arsenal de datos. Los gobiernos de “La Moncloa” han usado esa información para sus distintos propósitos.
Los revolucionarios verdaderos saben de estas cosas porque suelen tener olfato para los chivatos. Cuando Franco, gracias a la Iglesia Católica estadounidense, logró el apoyo de los Estados Unidos -realmente, se trató simplemente de un reconocimiento público, porque ya Estados Unidos apuntalaba al régimen de Franco desde los tiempos de la guerra civil- los servicios secretos españoles fueron incorporados a la red anticomunista mundial, y, entonces, pasó lo mismo que entre rusos y alemanes a raíz del pacto entre Hitler y Stalin de 1939.
No sabemos –ni sabremos- los nombres de los asesinos y demás especímenes que, en su mayoría, habrá muerto en paz. Esa memoria histórica tiene muchos desmemoriados. Nunca sabremos el nombre de los torturadores de Franco, de sus chivatos, ni qué hacen hoy si todavía viven. No están todas las cartas sobre la mesa. La democracia, como la tiranía franquista, resguarda a los suyos. Y cómo.
Floreal Castilla
Los españoles han decidido recuperar la “memoria histórica” en una operación mediática de altos vuelos. Por todas partes aparecen fosas comunes y salen a relucir esqueletos de personas asesinadas sin juicio alguno de por medio. El espectáculo es deprimente. Así como sabemos poco de los treinta mil desaparecidos argentinos sabemos menos del millón de asesinados por Franco. Pero, la interrogante que nadie se plantea es: ¿dónde están los asesinos? ¿y los chivatos y soplones falangistas que reclutaban a humildes campesinos y obreros para llevarlos al matadero, qué se hicieron? ¿No hay registros de ellos, de sus familias, de sus herederos, en el gigantesco archivo de los servicios secretos españoles?
La policía franquista fue una de las más eficaces de la Europa de finales de la década de los treintas. Entrenada por la Gestapo hitleriana y por la OVRA mussoliniana, los hombres y mujeres del servicio secreto español guardaron cuidadosamente cuanto dato les fuera útil de las personas que, dentro o fuera de España, adversaran o hubieran adversado al régimen del general Franco. Esto lo saben perfectamente bien quienes atravesaron por el vía crucis de las cárceles de la tiranía española. Y, más todavía la militancia que en los distintos exilios que hubo luchaban contra el tirano. Los agentes de Franco se infiltraron en todas las agrupaciones exiliadas, lo demás son cuentos.
Pues deja mal sabor conocer la identidad de las víctimas y silenciar el nombre de los asesinos, de los victimarios, de los que se ganaban el pan defendiendo al régimen fascista español y vendiendo a sus conciudadanos.
La democracia española heredó del franquismo ese inmenso arsenal de datos. Los gobiernos de “La Moncloa” han usado esa información para sus distintos propósitos.
Los revolucionarios verdaderos saben de estas cosas porque suelen tener olfato para los chivatos. Cuando Franco, gracias a la Iglesia Católica estadounidense, logró el apoyo de los Estados Unidos -realmente, se trató simplemente de un reconocimiento público, porque ya Estados Unidos apuntalaba al régimen de Franco desde los tiempos de la guerra civil- los servicios secretos españoles fueron incorporados a la red anticomunista mundial, y, entonces, pasó lo mismo que entre rusos y alemanes a raíz del pacto entre Hitler y Stalin de 1939.
No sabemos –ni sabremos- los nombres de los asesinos y demás especímenes que, en su mayoría, habrá muerto en paz. Esa memoria histórica tiene muchos desmemoriados. Nunca sabremos el nombre de los torturadores de Franco, de sus chivatos, ni qué hacen hoy si todavía viven. No están todas las cartas sobre la mesa. La democracia, como la tiranía franquista, resguarda a los suyos. Y cómo.
Floreal Castilla
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