CENIT portavoz de la regional exterior de la cnt-ait

"SI CADA REFUGIADO ESPAÑOL NARRASE SIMPLEMENTE LO QUE HA VIVIDO, SE LEVANTARÍA EL MÁS EXTRAORDINARIO Y CONMOVEDOR DE LOS MONUMENTOS HUMANOS" FEDERICA MONTSENY, 1978

25 septiembre, 2006

CeNiT 989: Trazos de una vida militante


Josefina GRIÑÓ CASANOVA

El día 10 de agosto dimos sepultura al cementerio de Castelnaudary (Aude) a la que fue compañera de Ramón Griñó; murió a la edad de 86 años, después de sufrir una larga y dolorosa enfermedad, "Alzheimer", sin encontrar el remedio, y por la cual durante dos años perdió la memoria y quedó sin reconocer a nadie, ni a su familia.
Nadie se puede imaginar lo que es: un ser querido, la pena y el dolor, y las lágrimas en este largo tiempo, constantemente con el corazón oprimido de angustia…, algo muy duro a soportar.
Josefina nació en Vicien, a cinco kilómetros de Huesca. Su padre y hermano eran agricultores en un castillo, caciques, obreros pobres, con muchas horas de pesado trabajo y pagados con un miserable salario.
Cuando la sublevación franquista, Vicien -su pueblo- estaba cerca de las trincheras del enemigo, y tuvieron que afrontar y sufrir todos los días obuses y bombas de la aviación fascista. De momento tuvieron que convertir un hospital de campaña para los combatientes heridos, y Josefina se presentó voluntaria para la ayuda y para curar a los heridos, muy bien considerada, dada la voluntad, su bondad y afección en aquellos momentos muy difíciles.
Los obreros se agruparon y formaron una colectividad campesina. Su padre con otros se ocupaban de la huerta, para que no faltaran las judías y patatas para los combatientes que estaban en el frente de batalla.
Luego, frente a la fuerza, potente del enemigo, tuvieron que abandonar su casa, y con un remorque y una mula cogieron lo más preciso y tuvieron que hacer frente a todos los obstáculos, ya del exilio en dirección desconocida, con hambre y escasos medios financieros.
Por tierras catalanas procuraban encontrar trabajo en alguna colectividad agrícola, sin salario, de manera a quitarse el hambre y poder continuar hasta llegar a la frontera.
Poco a poco tuvieron que emprender dirección de los Pirineos. Allí estaban los gendarmes y los soldados senegaleses, cacheados sin respeto ni consideración, como si fueron criminales, peor que los animales.
Una vez en Francia se encontraron frente a un tren con vagones para transportar animales, y allí subían, empujados sin comida ni bebida.
Cuando el tren estuvo lleno, se puso en marcha de vez en cuando, con etapas, descargaba cierta cantidad de refugiados en campos de concentración, cerrados con alambres espinosos y con soldados a caballo, bien armados para guardar a los "rojos" españoles, en espera que hubiese una barraca terminada, y mientras las personas de edad, mujeres y niños, enfermos y heridos, temblando de frío.
Allí no había nada preparado, solo estuvieron contemplando un paisaje blanco de nieve, bajo el firmamento, estrellado, sin que nadie hiciera acto de presencia para darles de beber y menos de comer. El crepúsculo a la puesta del sol, dando paso a la noche, temblando de frío toda la noche, en espera que apareciera el alba. El tren continuó hasta el campo de concentración de Bram (Aude). En este campo Josefina y su familia estuvo tres años con su madre enferma…
Desde varios años sufría de esta mala enfermedad, que le llaman "Alzheimer". Entonces se decía que era un loco, con perdida de las facultades morales. Su padre y hermano mayor tenían que guardarla, pues ella siempre estaba a la ayuda de las personas de edad, enfermos, y servir y dar de comer a los niños huérfanos, con mucho cariño, respectuosa y solidaria ejemplar. La querían como se quiere a su madre.
Con el conflicto de la guerra 1939-45 y por falta de mano de obra empresarios industriales y agrícolas, se presentaron al campo de concentración de Bram y escogieron muchas familias para trabajar, cada cual por su profesión y capacidad.
Josefina y toda la familia fueron elegidos y salieron para trabajar en una fábrica de ladrillos con otras familias, principalmente en la agricultura.
Yo estaba en una masía, y en tanto que solo, y sin domicilio fijo, allí estaba como uno más de la familia, muy bien respectado por toda la familia, a unos cuatro kilómetros del pueblo donde vivían Josefina y los suyos. El padre guardaba su madre enferma, y ella con un hermano trabajaban en la fábrica.
Pido disculpa por lo extenso de mi escrito, pero lo que voy a trazar es de suma importancia, y yo pienso que es necesario que lo relate:
Un domingo por la tarde, con mi vieja bicicleta, salía para ver a compañeros y pasar unos momentos, hablando de nuestra tragedia.
Junto a nosotros había un grupo de chicas, me acerqué y me puse al lado de Josefina. Hablábamos siempre de lo nuestro, simples como si nos conciéramos de muchos años, como si fuera el cenit que nos alumbraba, emocionados, tal vez, de tal encuentro de nuestro futuro, el uno por el otro, humano y fraterno.
Llegó el momento de despedirnos, y yo había dejado mi bicicleta cerca de su casa, y ella vinó conmigo.
Antes de despedirme le pregunté si quería que volviese el próximo domingo… Josefina me dijo: Antes de tomar la última decisión, ¡ven conmigo, en mi casa!
Entré con ella, y me encontré frente a una mujer de edad (su madre), sentada al lado de su padre. Al verme se puso a gritar con todas sus fuerzas, con insultos de ladrón, sin vergüenza, véte, vienes a robar a mi hija etc… Ante tal rechazo, ni corto ni perezoso, salimos a la calle con lágrimas a los ojos. Josefina me dijo: Ramón, he sido consciente, no te he querido esconder la verdad, mi madre hace años que está "loca" y en mi casa no puede entrar nadie, y menos un mozo jóven. Creo que habrás comprendido nuestra situación: ahora es a tí de decidir.
Y yo le contesté: Si me hago eco de vuestra situación, ello es poco halagüeña, pero si tu quieres yo volveré el próximo domingo y hablaré a tu padre si me permite que entré en vuestra casa.
Pues sí, todo llegó a buen puerto, respetuoso, humano y solidario, frente a esa buena mujer, que como Josefina vivían en un mundo desconocido, sin tener nociones de ninguna cosa. Dimos paso al tiempo, con mucha paciencia, hasta que nos ajuntamos y fuimos a explotar una masía de 40 ha siempre con seriedad; trabajando y cultivando la tierra dimos ejemplo, y estuvimos allí 35 años.
Tuvimos dos hijos, Floreal el mayor, y el otro Germinal, los cuales también han sido y han dado por su comportamiento y su bondad, respeto y cariño que hoy, frente a nuestra triste situación, han sido el puntal, moralmente, sin problemas de ninguna clase, resolviendo los problemas con alteza de miras, en estos momentos tristes y dolorosos, no me han abandonado, ni un instante.
En el año 1988, en fin, el retiro a la ciudad de Castelnaudary, el reposo bien merecido; pero Josefina tuvo esa mala enfermedad durante dos años. Ella perdió la memoria, olvidó todo, hasta el último suspiro. Nosotros no la podemos olvidar: su generosidad y humanidad siempre a la ayuda de los otros.
Todos le deseamos un feliz descanso.
Descansa en paz. Que la tierra te sea leve y tu reposo sea dulce - como fue tu corazón. Josefina, estarás siempre en nuestros corazones y en nuestro pensamiento.
No te olvidaremos. Jamás.
Ramón, tus hijos
y toda la familia.

Virginia VELA

Se fue la amiga del alma sin un grito, sin una queja y fue por las calles del silencio.
Habíamos crecido nuestro tiempo en las mismas calles del grito y del juego… Siendo hierba del paraíso, comimos del mismo pan, hasta se decía que éramos hermanos de leche; su razón: mi madre le decía a la suya, "doña Rosario, me voy al huerto. Dejo al niño durmiendo, si llora le dará usted una tetica".
José tetó de las mismas tetas que Virginia. Doña Rosario, maestra, nos ponía en el mismo banco en la escuela, y así hasta que debió trasladarse de por su profesión a Granada, donde le cogió la guerra civil incivil…
Años después se vinó al exilio, y juntos íbamos a la jiras, juntos también a los encuentros C.N.T., casa de Gaspar en Pia - hasta que por razones de salud rompió todo lo que fue bueno, acabando con su vida en esa edad en la que estamos todos nosotros, muy cerca de la salida.
Y aquí estamos, por hoy, agarrados al dolor.

José MOLINA