CENIT portavoz de la regional exterior de la cnt-ait

"SI CADA REFUGIADO ESPAÑOL NARRASE SIMPLEMENTE LO QUE HA VIVIDO, SE LEVANTARÍA EL MÁS EXTRAORDINARIO Y CONMOVEDOR DE LOS MONUMENTOS HUMANOS" FEDERICA MONTSENY, 1978

16 noviembre, 2005

CENIT de Noviembre


La otra Cómuna de París
La Globalización ha saltado en pedazos. Atónitos los amos del mundo temen por sus privilegios, que se contagie la rabia por doquier. ¿Qué pasaría en este mundo si las personas se dieran cuenta de que los seres humanos valen mucho más que los cachivaches, y actuaran en consecuencia? Todo se iría al carajo, no cabe duda.

El proletariado del siglo XXI son esos africanos de las pateras o esas mujeres que, a su manera, resisten al patriarcado ancestral de todas las religiones. Son esos mexicanos que cruzan la frontera y son cazados como conejos. O esos bolivianos que arriban a Buenos Aires y son tratados como bestias. El proletariado del siglo XXI es el extranjero, el que nadie sabe dónde nació. Por eso ya el anarquismo –la esperanza de los apátridas y de los ateos- no es una cuestión de libros sino de espíritus. No es libresco es espiritual. Se acabaron las etiquetas, sólo queda la acción. La acción directa, digo.

Una mujer como pocas es la autora de los destrozos de Francia, de Berlín. Se llamaba Rosa Luxemburgo y fue asesinada a patadas por la soldadesca alemana, en una época de la cual ya nadie se recuerda. Fue ella catalogada de neoanarquista porque reivindicó la espontaneidad por encima de las formas. Fue la misma que, desde la cárcel, anunciaba el torbellino autoritario que oscurecería a la revolución rusa de 1917.

La Comuna de 1871 fue la prueba de fuego de la Primera Internacional de 1864. Hoy no hay Internacionales que valgan. Sólo hay servicios secretos, la CIA, el Mossad, James Bond y sus chicas. Puede ser que tras los acontecimientos últimos esté Israel; aparte de inteligentes y tercos, los judíos son maquiavélicos, de eso saben algo los palestinos y los clientes de los bancos suizos.

Puede ser que sea Al Qaeda que, a esta altura de los tiempos, nadie sabe si existe o fue inventada por el Pentágono. O los iraníes: sí, claro, los iraníes, que son chiítas, algo así como anarquistas del Islam. O los chinos; que aunque los guerrilleros de las noches de Paris son negros seguro que son “agentes del peligro amarillo”. No dudaría que algún emir o un jeque saudita esté detrás de todo esto, claro, buscan la ruina de Europa.

¿Y si agentes de la CIA, “monitores” como los llaman, hubieran azuzado la guerrilla postfordiana del Paris del siglo XXI? Postfordiana digo por Henry Ford, ese camarada que diseñó la primera tragedia de la especie humana: el automóvil. Este cacharro puso la velocidad a nuestros pies; pero nos quitó la tranquilidad de las charlas vespertinas en una plaza de arboledas. El sosiego del amor de pareja devino en el coito automovilístico; el amor dejó de ser el amor para convertirse en una descarga del encendido del coche. Sucedáneo del falo, el automóvil resume todas nuestras desgracias: nos quita tiempo pero acorta las distancias, la paradoja de las paradojas. ¡Henry, camarada, tu muerte será vengada!

En las ciudades satélites de las capitales del mundo –Paris es, casi, el mundo- se amontonan las esperanzas de los trepadores de las pirámides sociales y los caídos sin ninguna esperanza. Se amontona allí lo que fuimos y lo que jamás seremos. Pasa de mano en mano el hachís y la cocaína, la música ruidosa y el ruido que parece música, la cerveza caliente y el trago de ron del desespero. El vino y el whisky son para casos sin remedio. Salen las chicas a vender sus cuerpos y los chicos sus manos. Los barrios marginales están llenos de callos en el alma, de deseos inmensos de disfrutar de la vida en paz y ganas, muchas ganas, de igualdad entre los seres humanos.

La desigualdad, y eso se sabe desde los tiempos de los griegos de Sócrates, se basa sobre la represión; tolerancia cero o infinita, lo que usted quiera, pero la represión no es la figura de la represión sino el sistema de la represión, el sistema del salario que, como ya sabemos, sustituyó al sistema de la esclavitud. ¡Ayer, esclavos; hoy, negro de los suburbios! Espartaco, cuánta falta nos hace.

La Europa del siglo XXI se ha quedado boquiabierta. Nadie se lo cree, pero todavía hay proletarios; no se han acabado esos pedigüeños que hablan de derechos, de seguridad social, de qué sé yo, ese discurso que gente patricia no entiende. ¡Proletarios, válgame dios, en la alborada del siglo XXI! ¡Qué antigualla! Por favor, piden los burgueses a sus científicos, aceleren lo de los clones, queremos clones no proletarios. Los proletarios serían aceptables si no tuvieran dignidad. Pero la dignidad es algo propio de los bajos fondos como para que la entienda gente tan culta como un ministro francés. La dignidad es cosa de plebeyos. Luis XVI lo supo el 21 de enero de 1793, el día que fue guillotinado.-á

Floreal Castilla
Noviembre de 2005