Dichos y Hechos
La publicación en el periódico francés France Soir de las caricaturas de Mahoma han originado toda una serie de reacciones, agresivas las unas, moderadas las otras, en un país que cuenta con unos cinco millones de musulmanes.
Los dibujos en cuestión fueron publicados el 30 de septiembre pasado por el diario conservador danés Jyllands Posten. Reproducidos en varios cotidianos europeos, en nombre de la libertad de expresión, siguen alimentando una gigantesca oleada de cólera en el mundo musulmán.
Como los cristianos y los judios, los musulmanes aplican con devoción un sistema de creencias que toda duda a este respecto representa a sus ojos un acto blasfematorio. En estas condiciones se comprende muy bien que el asunto en cuestión haya chocado.
Ahora bien, en una democracia las palabras y los dibujos son libres en el límite que estipula la ley. A los tribunales corresponde decir si estos límites han excedido. En consecuencia, nada prohibe a un musulman -en Francia o en otro país europeo, en donde los dibujos incriminados han sido publicados- plantearlo en un tribunal.
Constataremos solamente que a la vista de la jurisprudencia difícilmente obtendría satisfacción.
Se pueden considerar estas caricaturas de un mal gusto evidente o desprovistas de humor, sin violar por ello lo que está autorizado en un Estado láico, en donde las religiones no benefician de una derogación particular vis a vis de quienes dedide, ridiculizarlas.
No es vociferando, ni pretendiendo boicotear los países concernientes, y menos amenazarlos de muerte, que dichos principios pierden validez. Estas reacciones confirman sobre todo un fenómeno inquietante: la subida de un islamismo intolerante, totalmente impermeable a no importa que forma de libertad de pensamiento. Que las manifestaciones se hayan producido en Gaza, algunos después de la victoria electoral del Hamas, inclina al pesimismo en cuanto al derrotero de los acontecimientos en la región.
Por si fuera poco, los ministros del interior árabes han intervenido, exigiendo la condenación de los autores y la promesa del gobierno danés de que los hechos no se renovarán en lo sucesivo. Torpeza esta, ocasionada por unas costumbres, que no tienen curso en numerosos países occidentales, en los cuales produciría mal efecto, que un ministro se interpusiera en la línea editorial de un periódico, como lo recuerda reporteros sin fronteras.
Los musulmanes de Europa, en su inmensa mayoría, no han adoptado el comportamiento violento y extremista observado en los países islámicos. Sus protestas son más moderadas, y admiten, aunque no les haga mucha gracia, esa libertad de expresión, que es la substancia misma de toda sociedad democrática.
Partiendo del principio de que todos los pensamientos son respetables, sean estos religiosos o no, empero hay que admitir, que ninguno se encuentra al abrigo del derecho a la crítica, como tampoco hay necesidad de recurrir a la provocación.
Nuestro apego a la libertad de expresión no excluye el que se haga con el debido discernamiento.
Los dibujos en cuestión fueron publicados el 30 de septiembre pasado por el diario conservador danés Jyllands Posten. Reproducidos en varios cotidianos europeos, en nombre de la libertad de expresión, siguen alimentando una gigantesca oleada de cólera en el mundo musulmán.
Como los cristianos y los judios, los musulmanes aplican con devoción un sistema de creencias que toda duda a este respecto representa a sus ojos un acto blasfematorio. En estas condiciones se comprende muy bien que el asunto en cuestión haya chocado.
Ahora bien, en una democracia las palabras y los dibujos son libres en el límite que estipula la ley. A los tribunales corresponde decir si estos límites han excedido. En consecuencia, nada prohibe a un musulman -en Francia o en otro país europeo, en donde los dibujos incriminados han sido publicados- plantearlo en un tribunal.
Constataremos solamente que a la vista de la jurisprudencia difícilmente obtendría satisfacción.
Se pueden considerar estas caricaturas de un mal gusto evidente o desprovistas de humor, sin violar por ello lo que está autorizado en un Estado láico, en donde las religiones no benefician de una derogación particular vis a vis de quienes dedide, ridiculizarlas.
No es vociferando, ni pretendiendo boicotear los países concernientes, y menos amenazarlos de muerte, que dichos principios pierden validez. Estas reacciones confirman sobre todo un fenómeno inquietante: la subida de un islamismo intolerante, totalmente impermeable a no importa que forma de libertad de pensamiento. Que las manifestaciones se hayan producido en Gaza, algunos después de la victoria electoral del Hamas, inclina al pesimismo en cuanto al derrotero de los acontecimientos en la región.
Por si fuera poco, los ministros del interior árabes han intervenido, exigiendo la condenación de los autores y la promesa del gobierno danés de que los hechos no se renovarán en lo sucesivo. Torpeza esta, ocasionada por unas costumbres, que no tienen curso en numerosos países occidentales, en los cuales produciría mal efecto, que un ministro se interpusiera en la línea editorial de un periódico, como lo recuerda reporteros sin fronteras.
Los musulmanes de Europa, en su inmensa mayoría, no han adoptado el comportamiento violento y extremista observado en los países islámicos. Sus protestas son más moderadas, y admiten, aunque no les haga mucha gracia, esa libertad de expresión, que es la substancia misma de toda sociedad democrática.
Partiendo del principio de que todos los pensamientos son respetables, sean estos religiosos o no, empero hay que admitir, que ninguno se encuentra al abrigo del derecho a la crítica, como tampoco hay necesidad de recurrir a la provocación.
Nuestro apego a la libertad de expresión no excluye el que se haga con el debido discernamiento.
S.Fernández Canto
De CeNiT nº 977 de 22 de febrero
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