CENIT portavoz de la regional exterior de la cnt-ait

"SI CADA REFUGIADO ESPAÑOL NARRASE SIMPLEMENTE LO QUE HA VIVIDO, SE LEVANTARÍA EL MÁS EXTRAORDINARIO Y CONMOVEDOR DE LOS MONUMENTOS HUMANOS" FEDERICA MONTSENY, 1978

20 marzo, 2006

Páginas vividas, 1939-2006


NO ES UN CUENTO, ES LA VERDAD
Al poner mi mano sobre una cuartilla, no es para pasarme el cepillo él mismo, ni por el mero hecho de mostrar ciertas cualidades, pero sí para sacar de las entrañas del pensamiento recuerdos de algo que nos deje marcados en nuestras personas de los "vencidos" de ese febrero sin lirios, cuando pasábamos, empujados por el fascismo, la frontera francesa.
Hoy quizás quedamos muy pocos de aquellos que formaban esa caravana, que por las carreteras de la Alta Cerdaña fueron conducidos por guardias mobiles a caballo aquellos componentes de la 26 División: mal nutridos y mal vestidos andaban como automatas sin ningún resorte humano.
Pasábamos la frontera el 10 de febrero 1939 por el pequeño pueblo fronterizo de La Tour de Carol, donde nos alojaron sobre la nieve, o que fue nuestro lecho, tirados sobre las laderas en los que vivimos durante unos días, sin agua y sin ningún elemento para hacerse el aseo. Con esa imagen se percataba el estado de esa larga caravana en el principio de nuestro exilio.
Pasando por los pueblos las gentes nos miraban con desolación, ya que por ellos era la primera vez que pasaba aquel "cuadro de Goya" del que éramos una imitación. El camino fue largo, además a pie y sin alimentarnos.
A la fin de nuestra larga marcha llegábamos a la fortaleza de Mont Louis, cuartel militar; nos dirijieron allí por el objetivo principal, ya que nuestro grupo formaba parte de una unidad libertaria, y ese impacto les daba miedo, ya que hicieron todos los posibles para que nuestra semilla no se extendiera por el suelo galo. Así estábamos vigilados por ese control militar muy rigido. El recibimiento en aquella fortaleza fue algo de indigno y inhumano de un país civilizado; nos tuvieron más de dos horas firmes sobre aquel patio completamente helado; su suelo era un espejo, después el cansancio y la calor de la marcha. (Excusarme si esta visión ya la describí en otro artículo.) Pero era algo de horrible de mantenerse sin poderse mover (y es por eso que me repito). Contra todos esos abusos de esas jerarquias sin sentido humano, nos dimos cuenta que había franquistas más allá de las fronteras.
Con la calor de la marcha y el frío de estar firmes había para volverse loco. Hubo alguno de nuestro grupo, que no pudiendo resistir más, pidieron alistarse a la Legión Extranjera. Era otra manera de desmoralizar nuestro firme equilibrio, no hubo ningún caso más.
Después de pernoctar dos horas en aquella posición dieron la orden de trasladarnos a las cuadras, donde teníamos cama en los fríos adoquines. Suerte, que nunca se olvidaron las mantas particulares, tan útiles.
Nuestro descontento era permanente, lo mostrabamos con nuestra presencia, ya que ellos consideraban que no éramos nada, nos debíamos de plegar a la obediencia, norma de todos los ejércitos. Cada día la situación se empeoraba. No tuvieron más que nombrar el compañero Belmonte, ex comandante de la 119 Brigada de la 26 División (antes "Durruti").
Los problemas cambiaron al cien por cien, primeramente nos dieron paja para poder dormir, el trato fue más humano, ya que el compañero Belmonte conocía sus hombres.
Al cabo de unos días fuimos trasladados con el tren a Vernet d'Ariège con vagones de animales. Al llegar en el campo nos dimos cuenta que sólo en la entrada había un edificio, el resto era un campo razo, que ya había servido en la guerra de 1914; en él no había ningún hangar ni una barraca de madera. Es verdad, que no esperabamos encontrar un hotel de tres estrellas. En ese terreno sólo había charcos de agua y de barro, y por la noche el reflejo de la luna. Sólo había en un rincón del campo un reducido hangar, donde seguramente habían sido instaladas las cocinas, durante la guerra del 14.
Con los compañeros afines hicimos muros de ladrillos de barro, que cortábamos del suelo, y con una rama de arbol, que pusimos en el techo y dos mantas, que servían para protegernos de la lluvia. Aquel mes de marzo llovió todo el mes: La Giboulette rendía su culto a la tradición. El día que salió el sol todos salieron de sus "hormigueros", gritando con alegría de ver con toda su esplendor el poderoso astro, donde pudimos secar la humedad que había sobre nosotros.
Había muchas deficiencias en el Campo, naturalmente, puesto que allí no había nada. Uno de lo más trágico era de caer enfermo, con la diarrea que allí a causa de la nueva nutrición la que hizo estragos… Pero si ibas a ver el médico, que fuera por un mal de muelas o una gangrena, el médico te daba el medicamento milagroso: una aspirina. Allí también se inauguró un cementerio, de otros tantos que hubieron por los Campos de Francia. Otro problema era la materia que evacuaban nuestros cuerpos, lo que comenzaba a invadir el Campo; aquel marasmo de ordago, con los billetes de Banco de la República que gondoleaban sobre estas. ¡No había papel! Vaya panorama…
Tuvimos el privilegio de estar guardados por soldados senegaleses, nosotros no fuimos nunca racistas.
Hoy tendríamos de hacer pagar las enfermedades, que recoltamos de nuestro pasaje en Francia, bajo el control de sus autoridades, los que intentaron hacernos salir del mapa. Ya lo dijo un diputado francés del país vasco en la Asamblea Nacional. Hay que enviarlos al fondo del Oceano, y un otro repitió: más al fondo - seguramente que esos señores pensaban en Cayena como para vulgares criminales. Nosotros hicimos la Revolución.
Tuvimos suerte de nuestra juventud y de las ideas que sustentábamos. Por eso hoy estamos todavía aquí para explicarlo sesenta y siete años después.

por Roldán

de CeNiT nº 978 de 7 de marzo



NOTA: (1) "Febrero sin Lirios" fue un poema que yo hice al entrar en Francia.