Esto y aquello
LA CLAVE IMPERIAL
La guerra de Irak es la clave de nuestro tiempo. Pasarla por alto es hacer política de avestruz. Quizá en aquella cuna de civilizaciones confluyen todas las contradicciones de un sistema imperial que como pocos ha padecido la raza humana. Todos los protagonistas de la historia contemporánea tienen allí su asiento.
Pero se han tejido, y se tejen, sobre la guerra de Irak especies que no resisten una somera lectura. En primer lugar, lo del ”choque de civilizaciones” o el paternalismo occidental de democratizar el mundo islámico. Sería mucho más sencillo para los Estados Unidos liberalizar Arabia Saudita que Irak, porque ya en la península arábiga no sólo tiene viejas amistades que puede seguir haciendo las veces de marionetas sino que tiene el grueso de sus ejércitos en la zona.
El cuento del suministro petrolero parece todavía más inverosímil, aunque no deja de ser atractivo. Mucho se ha escrito sobre él. No vamos aquí a repetirlo.
Otra tesis bastante interesante es la de que Estados Unidos busca resguardar y ampliar el poder del genocida Estado de Israel en aquellas latitudes. Se basa en que Estados Unidos ha sido conquistada por los sionistas y el imperio no es otra cosa que el ejecutante del plan sionista de la dominación mundial, una leyenda que recuerda a la de los apócrifos ”Protocolos de los sabios de Sión” que tuvo su época y sus cinco minutos de fama.
Ahora, si no fueron las ”armas de destrucción masiva” las que movilizaron al ejército de los Estados Unidos de América hacia Mesopotamia, ¿qué fue entonces?
Los imperios jamás han pensado en términos reducidos aunque sus torpezas hayan sido infinitas. Luego de la Segunda Guerra Mundial solamente quedaron en pie dos imperios, con vastos territorios y abundante población. Ya ni Alemania ni Francia ni los Países Bajos, ni siquiera la misma Gran Bretaña, podían continuar siendo los polos del mundo que exigía la posguerra. Quedaron por tanto reducidos a capitales académicas, a sostener mal que bien imperios debilitados aunque todavía útiles y, Alemania, la gran orillada del reparto que los europeos se hicieron del mundo, quedó escindida.
China es la razón del movimiento de piezas que hace Estados Unidos a lo largo del mundo. Asia desde hace décadas lleva ya en sus manos las banderas del capitalismo. Se acumulan allí las riquezas más gigantescas de la raza humana y se pagan salarios de esclavos. Asia es el paraíso de los inversionistas; fue escenario, entre 1936 y 1945, de una guerra de castas, dirigida tanto por el Imperio Nipón como por la República Americana, y se diezmó todo el movimiento popular que había cobrado bríos desde principios del siglo pasado tanto en la Asia insular como en la continental.
Una muestra de ese movimiento social es el sindicalismo surcoreano, aguerrido como pocos y dolor de cabeza de las plutocracias continentales.
No es casualidad que tanto la India como China sean hoy por hoy las economías que más consumen energía a lo largo del planeta; hablamos de más de 2 mil millones de seres humanos. Pero siguiendo la lógica del imperio británico que sólo colonizaba las costas y los puertos, y dejaba las tierras interioranas para que anidaran en ellas todas las virtudes del tribalismo y del cantonalismo, el desarrollo industrial chino e indio es, básicamente, costero. Lo mismo pasa en Indonesia y en la península malaya.
Las olvidadas aldeas asiáticas, los pueblos del interior de China o de la India, seguirán siendo zonas alejadas del progreso occidentalizado. Anidará en aquellas zonas el mensaje redentor de todas las utopías aún existentes.
El nuevo imperio mundial, que ya no es británico pero sigue siendo anglosajón, sigue las leyes del desarrollo capitalista que surgieron en la segunda mitad del siglo XIX con la aplicación a la producción de los avances científicos y tecnológicos. Cualquier estudio somero sobre el desarrollo desigual de América Latina, bajo el influjo de británicos y estadunidenses, da pistas de cómo va siendo el desarrollo desigual de Asia. Para toda una tradición cultural, por ejemplo, Buenos Aires y Montevideo fueron las avanzadillas de la civilización en América del sur. Mas resultó un espejismo. Ya al despuntar la década de 1940 se demostró que los inmigrantes no habían hecho a la Argentina; sólo la habían disfrutado. No de otra forma se puede entender el surgimiento de un nacionalismo como el peronista.
Esto viene a cuento porque la gente cree que al Imperio sólo le mueve el interés crematístico; y no sólo es eso. Hay mucho racismo en la clave imperial, a pesar de Condolezza Rice y de Evo Morales.
por Floreal Castilla
Pero se han tejido, y se tejen, sobre la guerra de Irak especies que no resisten una somera lectura. En primer lugar, lo del ”choque de civilizaciones” o el paternalismo occidental de democratizar el mundo islámico. Sería mucho más sencillo para los Estados Unidos liberalizar Arabia Saudita que Irak, porque ya en la península arábiga no sólo tiene viejas amistades que puede seguir haciendo las veces de marionetas sino que tiene el grueso de sus ejércitos en la zona.
El cuento del suministro petrolero parece todavía más inverosímil, aunque no deja de ser atractivo. Mucho se ha escrito sobre él. No vamos aquí a repetirlo.
Otra tesis bastante interesante es la de que Estados Unidos busca resguardar y ampliar el poder del genocida Estado de Israel en aquellas latitudes. Se basa en que Estados Unidos ha sido conquistada por los sionistas y el imperio no es otra cosa que el ejecutante del plan sionista de la dominación mundial, una leyenda que recuerda a la de los apócrifos ”Protocolos de los sabios de Sión” que tuvo su época y sus cinco minutos de fama.
Ahora, si no fueron las ”armas de destrucción masiva” las que movilizaron al ejército de los Estados Unidos de América hacia Mesopotamia, ¿qué fue entonces?
Los imperios jamás han pensado en términos reducidos aunque sus torpezas hayan sido infinitas. Luego de la Segunda Guerra Mundial solamente quedaron en pie dos imperios, con vastos territorios y abundante población. Ya ni Alemania ni Francia ni los Países Bajos, ni siquiera la misma Gran Bretaña, podían continuar siendo los polos del mundo que exigía la posguerra. Quedaron por tanto reducidos a capitales académicas, a sostener mal que bien imperios debilitados aunque todavía útiles y, Alemania, la gran orillada del reparto que los europeos se hicieron del mundo, quedó escindida.
China es la razón del movimiento de piezas que hace Estados Unidos a lo largo del mundo. Asia desde hace décadas lleva ya en sus manos las banderas del capitalismo. Se acumulan allí las riquezas más gigantescas de la raza humana y se pagan salarios de esclavos. Asia es el paraíso de los inversionistas; fue escenario, entre 1936 y 1945, de una guerra de castas, dirigida tanto por el Imperio Nipón como por la República Americana, y se diezmó todo el movimiento popular que había cobrado bríos desde principios del siglo pasado tanto en la Asia insular como en la continental.
Una muestra de ese movimiento social es el sindicalismo surcoreano, aguerrido como pocos y dolor de cabeza de las plutocracias continentales.
No es casualidad que tanto la India como China sean hoy por hoy las economías que más consumen energía a lo largo del planeta; hablamos de más de 2 mil millones de seres humanos. Pero siguiendo la lógica del imperio británico que sólo colonizaba las costas y los puertos, y dejaba las tierras interioranas para que anidaran en ellas todas las virtudes del tribalismo y del cantonalismo, el desarrollo industrial chino e indio es, básicamente, costero. Lo mismo pasa en Indonesia y en la península malaya.
Las olvidadas aldeas asiáticas, los pueblos del interior de China o de la India, seguirán siendo zonas alejadas del progreso occidentalizado. Anidará en aquellas zonas el mensaje redentor de todas las utopías aún existentes.
El nuevo imperio mundial, que ya no es británico pero sigue siendo anglosajón, sigue las leyes del desarrollo capitalista que surgieron en la segunda mitad del siglo XIX con la aplicación a la producción de los avances científicos y tecnológicos. Cualquier estudio somero sobre el desarrollo desigual de América Latina, bajo el influjo de británicos y estadunidenses, da pistas de cómo va siendo el desarrollo desigual de Asia. Para toda una tradición cultural, por ejemplo, Buenos Aires y Montevideo fueron las avanzadillas de la civilización en América del sur. Mas resultó un espejismo. Ya al despuntar la década de 1940 se demostró que los inmigrantes no habían hecho a la Argentina; sólo la habían disfrutado. No de otra forma se puede entender el surgimiento de un nacionalismo como el peronista.
Esto viene a cuento porque la gente cree que al Imperio sólo le mueve el interés crematístico; y no sólo es eso. Hay mucho racismo en la clave imperial, a pesar de Condolezza Rice y de Evo Morales.
por Floreal Castilla
de CeNiT nº 978 de 7 de marzo
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