CeNiT nº 982 y 983: Dichos y Hechos de S.F. Canto
Mientras que en Europa se acentua la tendencia hacia la ideologia conservadora, corrientemente denominada derecha, de Portugal a Polonia pasando por Alemania, América latina ha tomado el camino opuesto como lo atestigua el resultado de una serie de elecciones presidenciales en las que se ha escogido a un representante de izquierda.
Veamos, en Bolivia, estado de América del Sur denominado así en homenaje a Simón Bolivar, el antiguo sindicalista indio Evo Morales gana la elección presidencial en la primera vuelta con 53,7% de votos. En Perú el coronel Ollanta Humala, un populista de izquierda que ha contribuido a la expulsión del presidente Fujimori mediante un golpe de estado saludable se le considera favorito frente a la candidata de derecha liberal Lourdes Flores para la elección del 9 de abril. Por la primera vez, se nombra a una mujer, Michelle Bachelet, presidente de Chile. En Uruguay el gobierno, desde octubre 2004, está constituido por partidarios del centro izquierda y en Argentina igualmente el presidente Nestor Kirchner se considera el inspirador de la corriente del centro de izquierda en el seno del partido peronista del que es oriundo. Añadimos a esto, el antiguo obrero Lula que ha conseguido la magistratura suprema en Brasil y Hugo Chavez que es la viva expresión de los pobres historicamente rechazados de la vida política y económica de Venezuela. América del Sur toma, resueltamente, la vía de izquierda.
"La elección de Evo Morales y de la Asamblea nacional son históricas, porque es la primera vez que se desarrollan sin trucajes y sin fraudes" considera el cotidiano boliviano "La Razón". Por su parte el diario mejicano de izquierda "La Jornada" observa que "Evo Morales ha llegado para dar la voz a los rurales que viven en la miseria y que historicamente son los excluidos del poder". Para su colega "Clarín" el triunfo de Evo Morales es el producto casi inevitable de un proceso historicamente concreto, "el marca" el "fin de esas repúblicas aristocráticas que se han instalado en los Andes, permitiendo que durante decenios, las élites políticas y económicas acaparen el poder".
Los bolivianos no han solamente rechazado la democracia dirigida, más allá de las protestaciones, los electores han buscado una alternativa al modelo imperialista de EE. UU. Independientemente de la confrontación izquierda-derecha se ha entablado en el país más pobre de Sudamérica un proceso de descolonización.
Como por toda América latina, los electores han plebiscitado unos proyectos que prometen una vida mejor fundados esencialmente sobre la modificación de lo que hasta ahora se les había impuesto.
En Washington si ciertas apreciaciones ven en el viraje a izquierda la huella de Cuba y los petrodólares venezolanos de Chavez, los otros, los más numerosos, prefieren apuntar con el dedo la política llevada durante los 20 últimos años y conocida bajo el nombre de "consenso de Washington" consistente en un modelo económico recomendado por la Banca mundial cuyos ingresos neoliberales aplicados en América latina en los años 1990 se han traducido por privaciones sistemáticas y una aumentación considerable de la pobreza y de las desigualdades.
En concreto, como sugiere "La Jornada" para "obtener un cambio real es necesario que EE. UU. dejen definitivamente a América latina decidir de su destino".
Veamos, en Bolivia, estado de América del Sur denominado así en homenaje a Simón Bolivar, el antiguo sindicalista indio Evo Morales gana la elección presidencial en la primera vuelta con 53,7% de votos. En Perú el coronel Ollanta Humala, un populista de izquierda que ha contribuido a la expulsión del presidente Fujimori mediante un golpe de estado saludable se le considera favorito frente a la candidata de derecha liberal Lourdes Flores para la elección del 9 de abril. Por la primera vez, se nombra a una mujer, Michelle Bachelet, presidente de Chile. En Uruguay el gobierno, desde octubre 2004, está constituido por partidarios del centro izquierda y en Argentina igualmente el presidente Nestor Kirchner se considera el inspirador de la corriente del centro de izquierda en el seno del partido peronista del que es oriundo. Añadimos a esto, el antiguo obrero Lula que ha conseguido la magistratura suprema en Brasil y Hugo Chavez que es la viva expresión de los pobres historicamente rechazados de la vida política y económica de Venezuela. América del Sur toma, resueltamente, la vía de izquierda.
"La elección de Evo Morales y de la Asamblea nacional son históricas, porque es la primera vez que se desarrollan sin trucajes y sin fraudes" considera el cotidiano boliviano "La Razón". Por su parte el diario mejicano de izquierda "La Jornada" observa que "Evo Morales ha llegado para dar la voz a los rurales que viven en la miseria y que historicamente son los excluidos del poder". Para su colega "Clarín" el triunfo de Evo Morales es el producto casi inevitable de un proceso historicamente concreto, "el marca" el "fin de esas repúblicas aristocráticas que se han instalado en los Andes, permitiendo que durante decenios, las élites políticas y económicas acaparen el poder".
Los bolivianos no han solamente rechazado la democracia dirigida, más allá de las protestaciones, los electores han buscado una alternativa al modelo imperialista de EE. UU. Independientemente de la confrontación izquierda-derecha se ha entablado en el país más pobre de Sudamérica un proceso de descolonización.
Como por toda América latina, los electores han plebiscitado unos proyectos que prometen una vida mejor fundados esencialmente sobre la modificación de lo que hasta ahora se les había impuesto.
En Washington si ciertas apreciaciones ven en el viraje a izquierda la huella de Cuba y los petrodólares venezolanos de Chavez, los otros, los más numerosos, prefieren apuntar con el dedo la política llevada durante los 20 últimos años y conocida bajo el nombre de "consenso de Washington" consistente en un modelo económico recomendado por la Banca mundial cuyos ingresos neoliberales aplicados en América latina en los años 1990 se han traducido por privaciones sistemáticas y una aumentación considerable de la pobreza y de las desigualdades.
En concreto, como sugiere "La Jornada" para "obtener un cambio real es necesario que EE. UU. dejen definitivamente a América latina decidir de su destino".
Mientras que Francia ha dado al mundo la impresión, según ciertas apreciaciones pesimistas, desconocedoras del problema planteado o más bien empeñadas en tergiversarlo, de estar poblada por revoltosos opuestos a toda reforma, la tentación es grande por parte de quienes así lo interpretan, de buscar un contra-ejemplo, de preferencia en casa del vecino más próximo, y nadie se presta mejor que Alemania para semejante cometido.
Principal asociada económico y político, presentada como un modelo de pragmatismo por su "buena" manera de gobernar, fundada en la búsqueda indispensable de un acuerdo entre adversarios, resume, todo lo contrario de lo que se le imputa a Francia, de estar siempre en un estado febril al límite de la guerra civil. La realidad es evidentemente más contrastada.
El primer test electoral, o prueba de evaluación con la reciente victoria adquirida en tres importantes regiones por la coalición compuesta de cristianos demócratos de la CDU y de la social democracia del SPD es la prueba evidente del buen funcionamiento y capacidad de gobernar de la canciller Angela Merkel que comparada a la del primer ministro francés se ha saldado por una ventaja considerable para la primera. Su popularidad se ha mantenido intacta en este primer tiempo de ejercicio en el poder, lo que la servirá de estimulante para proseguir las reformas, o mejor dicho iniciarlas ya que por el momento se ha abstenido de hacer las substituciones profundas inscritas en su programa.
La primera obra delicada en perspectiva es la del seguro de enfermedad sobre la cual los integrantes de la coalición no han encontrado un compromiso. Los aliados corren el riesgo de reformarla a golpe de medidas impopulares, tales como alza de cotizaciones y baja de reembolso. Puede ocurrir lo mismo con la reforma del mercado del trabajo que prevee una flexibilidad de las reglas, alargando a dos años el periodo de ensayo. Entre la parálisis y la explosión social, lo más probable es que Angela Merkel se vea obligada a escoger una vía intermedia con el objeto de no envenenar el problema.
Por otra parte hay que tener en cuenta que Alemania se encuentra también presa de una agitación social importante, tanto en la función pública como en el sector privado. Varios conflictos muy duros se prosiguen en las industrias y en los hospitales sobre las reivindicaciones salariales y sobre el alargamiento previsto de la duración del trabajo.
Empujada por los miembros de su partido a emprender toda clase de reformas la canciller debe velar a que la coalición no estalle de forma brusca y desastrosa. En este periodo, la alianza con el SPD constituye una garantía para poner en práctica los cambios previstos por el ex-canciller Schröder. Derecha e izquierda van a negociar de una manera que Francia y otros países europeos no están acostumbrados. De la misma manera que la otra regla de juego alemana a la que tampoco están acostumbrados es la de no intervención de los políticos en los conflictos sociales y en las negociaciones entre patronos y asalariados.
Todo ello demuestra que ni Alemania está al abrigo de los conflictos, ni Angela Merkel en la de caer en desgracia.
Principal asociada económico y político, presentada como un modelo de pragmatismo por su "buena" manera de gobernar, fundada en la búsqueda indispensable de un acuerdo entre adversarios, resume, todo lo contrario de lo que se le imputa a Francia, de estar siempre en un estado febril al límite de la guerra civil. La realidad es evidentemente más contrastada.
El primer test electoral, o prueba de evaluación con la reciente victoria adquirida en tres importantes regiones por la coalición compuesta de cristianos demócratos de la CDU y de la social democracia del SPD es la prueba evidente del buen funcionamiento y capacidad de gobernar de la canciller Angela Merkel que comparada a la del primer ministro francés se ha saldado por una ventaja considerable para la primera. Su popularidad se ha mantenido intacta en este primer tiempo de ejercicio en el poder, lo que la servirá de estimulante para proseguir las reformas, o mejor dicho iniciarlas ya que por el momento se ha abstenido de hacer las substituciones profundas inscritas en su programa.
La primera obra delicada en perspectiva es la del seguro de enfermedad sobre la cual los integrantes de la coalición no han encontrado un compromiso. Los aliados corren el riesgo de reformarla a golpe de medidas impopulares, tales como alza de cotizaciones y baja de reembolso. Puede ocurrir lo mismo con la reforma del mercado del trabajo que prevee una flexibilidad de las reglas, alargando a dos años el periodo de ensayo. Entre la parálisis y la explosión social, lo más probable es que Angela Merkel se vea obligada a escoger una vía intermedia con el objeto de no envenenar el problema.
Por otra parte hay que tener en cuenta que Alemania se encuentra también presa de una agitación social importante, tanto en la función pública como en el sector privado. Varios conflictos muy duros se prosiguen en las industrias y en los hospitales sobre las reivindicaciones salariales y sobre el alargamiento previsto de la duración del trabajo.
Empujada por los miembros de su partido a emprender toda clase de reformas la canciller debe velar a que la coalición no estalle de forma brusca y desastrosa. En este periodo, la alianza con el SPD constituye una garantía para poner en práctica los cambios previstos por el ex-canciller Schröder. Derecha e izquierda van a negociar de una manera que Francia y otros países europeos no están acostumbrados. De la misma manera que la otra regla de juego alemana a la que tampoco están acostumbrados es la de no intervención de los políticos en los conflictos sociales y en las negociaciones entre patronos y asalariados.
Todo ello demuestra que ni Alemania está al abrigo de los conflictos, ni Angela Merkel en la de caer en desgracia.
S. F. CANTO
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