Agustin Remiro Menero o el anarquista de Epila
Agustín Remiro, agente n.º 3004 del Servicio Secreto Británico
Fuente: Qriterio Aragonés nº 14
Recientemente, un artículo de Víctor M. Juan Borroy, en estas mismas páginas, se hacía eco de la figura de Francisco Ponzán, el desdichado militante libertario asesinado por los nazis hace justamente sesenta años. Curiosamente, el 28 de agosto de 2004 se cumple el centenario del nacimiento de uno de sus más activos colaboradores, Agustín Remiro.
Muy marcado por la lectura de los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona, Agustín Remiro Manero (que había nacido en Épila, en el seno de una modesta familia campesina) se afilió a la CNT en 1919, el año en que las combativas Sociedad de Obreros Azucareros y Sociedad de Obreros del Campo y Oficios Varios epilenses ingresaban en la organización confederal, tras su asistencia como observadoras en el congreso celebrado en el Teatro de la Comedia.
A Remiro, responsable de la Comarcal cenetista en el Bajo Jalón, la sublevación fascista le sorprendió en Used (localidad adonde todos los años acudía a segar, contratado por el terrateniente Cándido Ibáñez), e inmediatamente se puso en camino hacia Épila. En esta localidad, en la madrugada del 21 de julio, los militantes del Frente Popular y de la CNT consiguieron repeler un primer ataque de milicias falangistas y fuerzas del regimiento de Castillejos, causándoles varias bajas, pero no el embate posterior –ya con refuerzos- de éstas. Remiro, como tantos otros epilenses, tuvo que huir del pueblo. Tras permanecer escondido durante varios días en un paraje de la vecina Urrea de Jalón, decidió intentar llegar a zona leal.
Lo consiguió en Tardienta, después de cruzar el Ebro con un pontón y de agruparse en los pinares de Zuera con centenares de evadidos de la ribera del Ebro y las Cinco Villas.
Poco después se incorporaba a la Columna Durruti, donde fue designado responsable de la XI Centuria y se integraba en el grupo La Noche, encargado de realizar misiones de rescate de antifascistas en la zona rebelde. En septiembre participó en la toma de Fuendetodos y, en noviembre, se incorporaba a la 118 Brigada de la 25 División. Poco después, junto a los destacados cenetistas Cayetano Continente y Juan Bautista Albesa, organizaba un grupo de guerrilleros, Los Iguales, cuya misión consistía, fundamentalmente, en asestar golpes de mano y perpetrar sabotajes tras las líneas enemigas. Algunos de los primeros éxitos del grupo fueron las voladuras de un tramo de la vía férrea del puerto de Paniza y de un puente en La Puebla de Albortón.
Tras su activa participación en las tomas del Seminario de Belchite y del Vértice Sillero, Remiro (provisto de documentación falsa y uniformado de falangista) viajó a Zaragoza para facilitar servicios de información previos a la ofensiva republicana sobre Teruel y, en varias ocasiones, a su pueblo, con objeto de visitar a su familia, que estaba siendo objeto de todo tipo de presiones y represalias. Después de la pérdida de Teruel y de la rotura del frente aragonés por parte del ejército franquista, Remiro participaría en misiones de voladuras de puentes en localidades bajoaragonesas (Mas de las Matas, Calanda…) y, ya en Lérida (como comandante del Batallón de Ametralladoras C, más conocido como Batallón Remiro), en los combates de las zonas de Tremp, Sort y Balaguer, donde resultaría herido en las luchas del Vértice Esplá.
Perdida la guerra, Remiro, en fecha indeterminada, pasó a Francia, donde fue internado en el campo de Argelès-sur-Mer (o sur-Merd, como irónicamente lo definió el aragonés Ángel Samblancat) y, posteriormente, en el de Mazères. El 3 de junio fue visitado por Paco Ponzán, quien lo captó para una red clandestina encargada de evadir de España a compañeros en peligro de muerte. De esta forma, en septiembre de 1939, Remiro regresaba por primera vez a España y conseguía trasladar a Perpiñán a un grupo de cinco camaradas de la CNT.
Al parecer, Paco Ponzán, que habría entrado en contacto con los servicios secretos británicos en noviembre de 1939, al año siguiente (Borroy retrasa la fecha hasta 1941) participaba en la Reseau Pat O´Leary, una de las cadenas de evasión organizadas para evadir (fundamentalmente a Gibraltar y Portugal) a personalidades antifascistas, judíos y aviadores aliados. Entre mayo y junio de 1940, Remiro y otros miembros del grupo Ponzán distribuían profusamente en España una octavilla que, según afirma el historiador Antonio Téllez (en quien, además de en testimonios de la familia Remiro y en el archivo municipal de Épila, nos basamos para la redacción de este artículo), habría sido el primer texto antifranquista difundido después de la guerra.
A primeros de 1941, Remiro efectuaba un servicio de correo para los británicos. Su primera etapa fue Barcelona, donde el cónsul británico le transfirió unos documentos que Remiro debía entregar en Madrid, en las embajadas cubana y británica. En esta última le fueron proporcionadas una cantidad en metálico y todo tipo de garantías para proseguir la misión, que terminaba en la embajada británica en Lisboa. El día 23 de enero de 1941, tras haber cruzado la frontera portuguesa desde Galicia, era detenido y conducido a Oporto por la PIDE salazarista. A pesar de hacer constar su calidad de agente n.º 3004 del MI-6 británico, el día 26 de enero era conducido a la frontera y entregado a las autoridades franquistas en Valencia de Alcántara. Tras los oportunos interrogatorios y torturas en Madrid (donde le fue recabada información sobre el paradero de algunos de sus camaradas: “El Maño”, Estévez Coll…), Remiro, calificado como “preso peligrosísimo”, pasaría cuatro meses en una celda de Gobernación. Las referencias que llegaron de su pueblo natal, aunque matizaban que Remiro no se había visto envuelto en delitos de sangre, no podían ser más negativas y peligrosas.
Remiro, desengañado (pues intuía que había sido delatado y traicionado) y en situación desesperada (estaba convencido de que iba a ser condenado a muerte), escribió numerosas cartas desde la madrileña cárcel de Porlier, donde permaneció ingresado: a su familia, para tratar de infundirle ánimos; a sus camaradas (de forma muy crítica, por la situación de abandono en la que lo habían dejado), para solicitar dinero con el que intentar sobornar a los jueces y suavizar el salvaje régimen penitenciario al que estaba sometido y para advertirles de que no se fiaran de los británicos; y a algunas personas (el cura de Cervera, en Lérida, al que había salvado del fusilamiento; Ibáñez, el terrateniente de Used; y algún vecino de Épila), para que le enviaran avales. Todo fue inútil: los avales “desaparecieron” misteriosamente de su expediente y Remiro fue condenado a muerte en un consejo de guerra celebrado en Madrid, el día 27 de abril de 1942.
Poco después, el 21 de junio de ese año, Remiro, que había manifestado en una carta su intención de fugarse, consiguió saltar la tapia de la prisión de Porlier, pero unos paisanos del barrio alertaron a la policía y ésta comenzó a disparar desde el puesto de guardia. Remiro, alcanzado por una bala, consiguió acceder a un edificio próximo, donde fue nuevamente herido. Finalmente, optó por arrojarse a la calle, donde fue rematado por la patrulla que le perseguía.
Para mayor sarcasmo, Capitanía General, nueve días después de su ejecución, le conmutaba la pena de muerte por la inferior en grado. Así terminaba la vida de un idealista, de un hombre de acción (semidesconocido, como tantos otros), inmolado en la lucha antifranquista.
Recientemente, un artículo de Víctor M. Juan Borroy, en estas mismas páginas, se hacía eco de la figura de Francisco Ponzán, el desdichado militante libertario asesinado por los nazis hace justamente sesenta años. Curiosamente, el 28 de agosto de 2004 se cumple el centenario del nacimiento de uno de sus más activos colaboradores, Agustín Remiro.
Muy marcado por la lectura de los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona, Agustín Remiro Manero (que había nacido en Épila, en el seno de una modesta familia campesina) se afilió a la CNT en 1919, el año en que las combativas Sociedad de Obreros Azucareros y Sociedad de Obreros del Campo y Oficios Varios epilenses ingresaban en la organización confederal, tras su asistencia como observadoras en el congreso celebrado en el Teatro de la Comedia.
A Remiro, responsable de la Comarcal cenetista en el Bajo Jalón, la sublevación fascista le sorprendió en Used (localidad adonde todos los años acudía a segar, contratado por el terrateniente Cándido Ibáñez), e inmediatamente se puso en camino hacia Épila. En esta localidad, en la madrugada del 21 de julio, los militantes del Frente Popular y de la CNT consiguieron repeler un primer ataque de milicias falangistas y fuerzas del regimiento de Castillejos, causándoles varias bajas, pero no el embate posterior –ya con refuerzos- de éstas. Remiro, como tantos otros epilenses, tuvo que huir del pueblo. Tras permanecer escondido durante varios días en un paraje de la vecina Urrea de Jalón, decidió intentar llegar a zona leal.
Lo consiguió en Tardienta, después de cruzar el Ebro con un pontón y de agruparse en los pinares de Zuera con centenares de evadidos de la ribera del Ebro y las Cinco Villas.
Poco después se incorporaba a la Columna Durruti, donde fue designado responsable de la XI Centuria y se integraba en el grupo La Noche, encargado de realizar misiones de rescate de antifascistas en la zona rebelde. En septiembre participó en la toma de Fuendetodos y, en noviembre, se incorporaba a la 118 Brigada de la 25 División. Poco después, junto a los destacados cenetistas Cayetano Continente y Juan Bautista Albesa, organizaba un grupo de guerrilleros, Los Iguales, cuya misión consistía, fundamentalmente, en asestar golpes de mano y perpetrar sabotajes tras las líneas enemigas. Algunos de los primeros éxitos del grupo fueron las voladuras de un tramo de la vía férrea del puerto de Paniza y de un puente en La Puebla de Albortón.
Tras su activa participación en las tomas del Seminario de Belchite y del Vértice Sillero, Remiro (provisto de documentación falsa y uniformado de falangista) viajó a Zaragoza para facilitar servicios de información previos a la ofensiva republicana sobre Teruel y, en varias ocasiones, a su pueblo, con objeto de visitar a su familia, que estaba siendo objeto de todo tipo de presiones y represalias. Después de la pérdida de Teruel y de la rotura del frente aragonés por parte del ejército franquista, Remiro participaría en misiones de voladuras de puentes en localidades bajoaragonesas (Mas de las Matas, Calanda…) y, ya en Lérida (como comandante del Batallón de Ametralladoras C, más conocido como Batallón Remiro), en los combates de las zonas de Tremp, Sort y Balaguer, donde resultaría herido en las luchas del Vértice Esplá.
Perdida la guerra, Remiro, en fecha indeterminada, pasó a Francia, donde fue internado en el campo de Argelès-sur-Mer (o sur-Merd, como irónicamente lo definió el aragonés Ángel Samblancat) y, posteriormente, en el de Mazères. El 3 de junio fue visitado por Paco Ponzán, quien lo captó para una red clandestina encargada de evadir de España a compañeros en peligro de muerte. De esta forma, en septiembre de 1939, Remiro regresaba por primera vez a España y conseguía trasladar a Perpiñán a un grupo de cinco camaradas de la CNT.
Al parecer, Paco Ponzán, que habría entrado en contacto con los servicios secretos británicos en noviembre de 1939, al año siguiente (Borroy retrasa la fecha hasta 1941) participaba en la Reseau Pat O´Leary, una de las cadenas de evasión organizadas para evadir (fundamentalmente a Gibraltar y Portugal) a personalidades antifascistas, judíos y aviadores aliados. Entre mayo y junio de 1940, Remiro y otros miembros del grupo Ponzán distribuían profusamente en España una octavilla que, según afirma el historiador Antonio Téllez (en quien, además de en testimonios de la familia Remiro y en el archivo municipal de Épila, nos basamos para la redacción de este artículo), habría sido el primer texto antifranquista difundido después de la guerra.
A primeros de 1941, Remiro efectuaba un servicio de correo para los británicos. Su primera etapa fue Barcelona, donde el cónsul británico le transfirió unos documentos que Remiro debía entregar en Madrid, en las embajadas cubana y británica. En esta última le fueron proporcionadas una cantidad en metálico y todo tipo de garantías para proseguir la misión, que terminaba en la embajada británica en Lisboa. El día 23 de enero de 1941, tras haber cruzado la frontera portuguesa desde Galicia, era detenido y conducido a Oporto por la PIDE salazarista. A pesar de hacer constar su calidad de agente n.º 3004 del MI-6 británico, el día 26 de enero era conducido a la frontera y entregado a las autoridades franquistas en Valencia de Alcántara. Tras los oportunos interrogatorios y torturas en Madrid (donde le fue recabada información sobre el paradero de algunos de sus camaradas: “El Maño”, Estévez Coll…), Remiro, calificado como “preso peligrosísimo”, pasaría cuatro meses en una celda de Gobernación. Las referencias que llegaron de su pueblo natal, aunque matizaban que Remiro no se había visto envuelto en delitos de sangre, no podían ser más negativas y peligrosas.
Remiro, desengañado (pues intuía que había sido delatado y traicionado) y en situación desesperada (estaba convencido de que iba a ser condenado a muerte), escribió numerosas cartas desde la madrileña cárcel de Porlier, donde permaneció ingresado: a su familia, para tratar de infundirle ánimos; a sus camaradas (de forma muy crítica, por la situación de abandono en la que lo habían dejado), para solicitar dinero con el que intentar sobornar a los jueces y suavizar el salvaje régimen penitenciario al que estaba sometido y para advertirles de que no se fiaran de los británicos; y a algunas personas (el cura de Cervera, en Lérida, al que había salvado del fusilamiento; Ibáñez, el terrateniente de Used; y algún vecino de Épila), para que le enviaran avales. Todo fue inútil: los avales “desaparecieron” misteriosamente de su expediente y Remiro fue condenado a muerte en un consejo de guerra celebrado en Madrid, el día 27 de abril de 1942.
Poco después, el 21 de junio de ese año, Remiro, que había manifestado en una carta su intención de fugarse, consiguió saltar la tapia de la prisión de Porlier, pero unos paisanos del barrio alertaron a la policía y ésta comenzó a disparar desde el puesto de guardia. Remiro, alcanzado por una bala, consiguió acceder a un edificio próximo, donde fue nuevamente herido. Finalmente, optó por arrojarse a la calle, donde fue rematado por la patrulla que le perseguía.
Para mayor sarcasmo, Capitanía General, nueve días después de su ejecución, le conmutaba la pena de muerte por la inferior en grado. Así terminaba la vida de un idealista, de un hombre de acción (semidesconocido, como tantos otros), inmolado en la lucha antifranquista.
Por Manuel Ballarín Aured
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