CENIT portavoz de la regional exterior de la cnt-ait

"SI CADA REFUGIADO ESPAÑOL NARRASE SIMPLEMENTE LO QUE HA VIVIDO, SE LEVANTARÍA EL MÁS EXTRAORDINARIO Y CONMOVEDOR DE LOS MONUMENTOS HUMANOS" FEDERICA MONTSENY, 1978

11 diciembre, 2006

CENIT 995: Memorias de Muñoz Congost


Páginas que no queremos que se cierren…
Colectividades Agrícolas en La Nucia (Alicante)

Me entró cierta congoja, cuando algunos años ha, pasé por delante de aquel edificio. Era yo un crío todavia, cuando comenzaron a levantarlo, piedra por piedra, desde los cimientos a la techumbre, los hombres de la C.N.T. del pueblo.
Allí, no hubo mano que no fuera cenetista. Era el fruto de la inteligencia, la voluntad y la constancia en el esfuerzo colectivo de los hombres del pueblo, en horas arrancadas al descanso. Por eso, aquel sindicato era SU CASA. La habían echo ellos, y ellos le habían dado el alma y la entraña a la obra.
Entonces se alzaba sola en medio de una zona no construida. Hoy, la rodean otros edificios. Y en su frontispicio, al regreso del exilio, escrito aquello de “Hermandad de Ganaderos y Agricultores”.
Nos habían robado la obra, el genio y el esfuerzo. Como tantas otras en aquellos cuarenta años de usurpación de libertades. Peor que eso, dicha agrupación ocupaba tan sólo un despacho, en donde, con extrañeza, el chupatintas de turno, nos dijo al hablar de la C.N.T., que en efecto había oído hablar de algo… pero que él era forastero.
Casi todo el local, sobre todo la gran sala de actos, era un almacén de enseres municipales. Fue LA NUCIA, un pueblo eminentemente confederal, campesino ; pero sus hombres para paliar las insuficiencias de siempre del campo español, que alimentó mal y poco sus hijos, emigraban periódicamente hacia el norte, a tierras catalanas como albañiles, picapedreros, canteros, “adoquinistas”. De allí quizás viniera la filiación cenetista tan intensa.
Todo el pueblo fue una colectividad en 1936. Todo… menos los consabidos burgueses, agarrados a cualquier bandera para salvar sus trastos. Porque antes, no hubo allí otra cosa que el “Casino” de los ricos… y el Sindicato.
Varias veces tuve ocasión de acercarme a aquella colectividad campesina y casi confundida con la misma municipalidad. Impregnada de espíritu libertaio la militancia, no fue necesario que nadie viniera a decirles cómo tenían que hacerlo. En las asambleas, se decidió de todo.
Avanzándose como el resto de España, en un salto de años, que puede ahora parecer minucia, y que demostraba entonces la madurez de las conciencias, estimaron,- aún y a pesar de las contingencias que la guerra, y con ella, la incorporación de los mejores elementos imponían-, que para muchas de las cabezas canosas, y las fatigas de los años, pasó la hora de exigirles un esfuerzo cotidiano y había que cubrir sus necesidades, sin exigirles contrapartida.
No se había hablado por aquel entonces, en ninguna disposición oficial, de jubilación para el hombre del trabajo y menos aún, para el bracero campesino. Pero en la colectividad,- y no la única-, aquello de la jubilación como resolución fraternal y solidaria, se decidió entre todos. Pero había que contar “con el chico de la portera”, cuyo papel en la ocasión, no harían los propios interesados.
El “tío Silvestre”, el decano del sindicato, cargado de espaldas y de arrugas, comenzó por romper el fuego. “Poned a cualquiera de vosotros, a levantar los muros de piedra en seco que separan los bancales en terrazas, y si hay alguno que me gane la mano, me jubilo”. El ejemplo cundió. Y había mucho que hacer en aquel entonces, en las labores campesinas y en muchas cosas, metieron manos a la obra, porque era la obra de todos. Porque había un empuje y un entusiasmo general, un alma colectiva, convencida de que se estaban construyendo caminos futuros, y que por eso, cuando la fatiga parecía que iba a vencer, se hacía a gusto, porque no eran la fatiga y el sudor amargos, que olían a provecho para otros.
Se organizó la distribución de productos de todo orden en la cooperativa, con arreglo a las disponibilidades de periodo como aquel, y siempre, teniendo en cuenta el nùmero de familiares en cada hogar, y no las competencias o jerarquías profesionales, medicinas y servicios medicales, escuelas y otras prestaciones sociales, corrieron a cargo de la colectividad, sin necesidad de jurisconsultos que legislaran. Lo más sesudo era la asamblea, cerebro y voluntad colectivos. Pidiendo a cada uno el màximo de sus posibilidades, correspondía a cada uno segùn sus necesidades, y dentro del marco de las disponibilidades.
Hasta tal punto que, a riesgo de repetirme, pues ya lo escribí en más de una ocasión, citaré el caso de “Sento”, el tonto del pueblo, aquel buenazo a quien una crisis de meningitis en su primera infancia, privó a su cerebro de un desarollo normal, mientras su cuerpo crecía y crecía. Siempre tuvo alguna ocupación, por incidental que fuera en el pueblo, al azar de los servicios que uno y otro le pedían a cambio de algunas perras, y no todos, bajando alguna bestia cargada de cántaros a la “Favara”, la fuente fría del barranco, para acarrearla hasta las casas.
Porque dentro de lo muy limitado de sus facultades mentales, la animaba una pasión enorme por los animales, y en especial los caballos, mulos y borricos. Y conocía todos los del pueblo, con sus defectos y sus méritos, sus vicios y sus “virtudes”. Y aquellos servicios, no los hacía siempre, por los pocos céntimos que la aportaban,- a pesar de que más de una vez, pude darme cuenta de que tenía conciencia de su valor-, sino por el placer de llevarles de la brida o sentarse en su grupa. Camino abajo… camino arriba.
No sé a quién se le pudo ocurrir, pero la idea fue genial y su aplicación maravillosa. Fue una prueba del humanismo que animaba toda la vida de aquel pueblo colectivizado; ¿por qué no poner a Senso al frente de la cuadra colectiva?. El milagro de la comprensión, de fraternidad obrera se produjo. Sento se encargó de todos los animales de la colectividad, y seguramente que nunca se vieron mejor cuidados, más atendidos, ni mejor utilizados. Ya podía ir quien fuera a pedirle un animal determinado, para un trabajo y un lugar preciso. Si Sendo comprendía que aquel trabajo, o el terreno no convenía al equino solicitado, decía que no, y ofrecía otro en consonancia con las exigencias solicitadas. Su decisión era sentencia sin apelación, porque sin necesidad de argumentaciones de ninguna clase, sabía el solicitante que por encima de sus preferencias, estaba la utilización más racional del esfuerzo animal.
Y aquel inocente, casi un parásito hasta entonces, a la carga de su familia, se había convertido, por obra de la comprensión, en un ser que llenaba un cometido en el esfuerzo colectivo, y mejor aún, en alguien no entregado al ocio deformador y a la errancia por las calles del pueblo. Se había izado casi a la altura de los “otros”.. y hasta me pareció, cuando lo veía, una luz nueva de su mirada, y un aura diferente en sus gestos.
Ahí residió una de las verdades de la revolución libertaria, que se situó por encima de las cifras, de las estadísticas y de los factores económicos, en la relación humana, cuando no hay imposición, cuando no hay màs que esfuerzo consciente. He escrito consciente, borré en el manuscrito el “o no” que había añadido al pensar en Senso, ya que al fin y al cabo, ¿quién podía afirmar que no era “consciente” de la responsabilidad que se le confiara?. Sus actitudes y decisiones no eran reflejos automáticos, sino el resultado de una experiencia y de una reflexión, por somera, sencilla e infantil que fuese.
Esta es la transcripción de un relato del que fue nuestro Compañero MUÑOZ CONGOST, publicado en 1986 en un libro intitulado El Anarquismo en Alicante (1868-1945), publicado y patrocinado por el Instituto de Estudios Juan-Gil Albert, con la participación de la Asociación Cultural Alzina, Federación local C.N.T./A.I.T. de Alicante, La caja de ahorros de Alicante Murcia.